Aunque el olfato es uno de los sentidos más desarrollados en buena parte del reino animal, en el caso del hombre pasó a un segundo plano cuando se fue desarrollando una mente cada vez más condicionada para el lenguaje oral y la elaboración de conceptos, y otros órganos como el oído o la vista pasaron a ser predominantes en la percepción sensorial del entorno.
Sin embargo, y afortunadamente, el sentido del olfato no se atrofió, y continúa proporcionando muchísima información vital para nosotros. Adicionalmente, es uno de los sentidos más susceptibles de ser desarrollados, de modo que con la práctica se pueden llegar a diferenciar los matices de diferentes fragancias.
La señal olfativa tiene su origen en la nariz. Cuando se detectan las moléculas olorosas, se activa una señal eléctrica que se transmite hasta los bulbos olfatorios, que a su vez conectan directamente con del sistema límbico, la parte más antigua del cerebro, donde radican las emociones y afectos y se controla la conducta general del individuo.
De este modo, a diferencia de la información visual o auditiva, la información olfativa llega antes a una zona “afectiva” del cerebro que a las de raciocinio. Y es precisamente ésta la razón del mayor efecto sensorial que provoca la percepción de los olores en el ser humano, determinando la estrecha vinculación que existe entre el olfato y el comportamiento.
Existe una memoria olfativa, que comienza desde temprana edad, de manera que los olores se van fijando en la memoria de un individuo, vinculados a su experiencia vital, contribuyendo a definir su personalidad y formando parte de su historia. Percepción y sensación elaboran una imagen mental que se fija en la memoria, y es un proceso en el que se integra la experiencia pasada y las circunstancias actuales. Al estar asociado a la emocionalidad, el recuerdo perdura más que sonidos o imágenes.
Debido a esta memoria olfativa, un olor puede activar un antigua experiencia asociada a él. Esto explica también que un olor pueda ser agradable para una persona y desagradable para otra, o que ningún olor nos sea indiferente.